Cosas rotas
y desvaríos
El lugar era un pajonal con alguno que otro ombú cuando en 1857 el salteño Gregorio Lezama se lo compró a Charles Ridgley Horne, un inglés que debe ser el primer refugiado político gringo de nuestro país: tuvo muchos privilegios bajo Rosas y los terminó pagando con el exilio. Lezama se hizo su casona italianizante, un lujo para la época, comenzó la arboleda de especies importadas y trazó el camino italiano de vasos y arboledas. La quinta pasó a ser parque en 1889, cuando su viuda aceptó venderla a la Municipalidad con la condición de que llevara el nombre familiar. Buschiazzo en persona aceptó la idea, explícitamente para darle un pulmón a los barrios “malsanos” del sur.
Pero donde el Lezama alguna vez fue un paseo con esculturas y un aire a giardino europeo, de los que parecen una colección de arte al aire libre y abundan, como este parque, en templos y columnatas, hoy es el único pulmón de un barrio ya saturado y en camino a saturarse todavía más. Ver el Lezama un domingo es percibir la demanda contenida de espacios verdes del sur porteño, la plaza tapada de pibes, padres, paseantes. Como en nuestra ciudad hace rato que ya no se cree en el mantenimiento –dejar que todo se caiga permite la foto de la reinauguración– el pobre parque termina arrasado. Y después están también los vandalismos deliberados, en parte por la ocupación de sus espacios para una feria que es una quitanda de revendedores.
La actuación de la Defensoría ya comenzó el año pasado, cuando la vecina Margarita Fernández se acercó preocupada por el estado del monumento a la Cordialidad Internacional , cuya cubierta metálica se estaba cayendo que daba miedo. Hace más de un año, la cosa terminó en una intervención de la Guardia de Auxilio y un apuntalamiento. Este año, el defensor adjunto Gerardo Gómez Coronado recibió la visita de los vecinos de la Asociación Civil Mirador Lezama, muy preocupados por el estado del parque. Estos vecinos le acercaron a Gómez Coronado una carpeta de fotos mostrando el abandono de los monumentos, la ocupación de espacios indebida y hasta la tala de árboles añosos. A lo que se le suma la roña general, la falta de mantenimiento mínimo de uso y la evidente ausencia de jardinero, podas, plantaciones y arreglos, todas cosas que manda la Ley 1556.
Pierini y Gómez Coronado, entonces, se dirigieron al ministro de Ambiente y Espacio Público para preguntar si existe algún plan de recuperación o manejo del Lezama, pidiendo copia si esto existiera. También preguntan qué piensa hacer con los arbolados y si a alguien se le ocurrió consultar con alguien que sepa de patrimonio –la dirección general específica porteña, o la comisión a nivel nacional– para manejar el deteriorado patrimonio construido. Y finalmente, si alguien piensa ordenar alguna vez a los supuestos artesanos que ocupan el parque.
El ministro Diego Santilli todavía no contestó.
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